El “sensei” se acercó y me ofreció un lugar en aquel escenario. Me regaló mis primeros “bachis” y me enseñó la disciplina del Taiko durante dos años. Aprendía mientras observaba y cada semana tocábamos la misma canción una y otra vez, la que caracterizaba al grupo y que duraba diez minutos. Sin nada más, ni otros ritmos, ni juegos, ni técnica ni otras canciones, descubrí que lo más importante era juntarme con ellos, sentir el sonido de los taikos y desestresarme.
Lo que sí hacíamos, y que constituye la base para aprender cualquier canción en la mayoría de las percusiones, era usar el “Kuchisoga”, la palabra cantada antes de tocar. Eso nunca lo olvidas, si lo puedes cantar, lo puedes tocar: “hi fu mi yo i mu na, yo ka ta na”. Mientras que en el primer año me limité a tocar el “Shimedaiko”, en el segundo llegué a tocar el “Nagadou Daiko” y me invitaron a participar y tocar en las fiestas locales, bodas y celebraciones de amigos. Y así me adentré en el maravilloso mundo de la percusión japonesa.
De vuelta a España, me acompañaron dos pequeños “nagados” que compré en una tienda de segunda mano. Mi intención era continuar y profundizar en el aprendizaje, pero no pudo ser: no encontré nada de Taiko; no existía el Taiko en España. No supe qué hacer, salvo esperar…